Por tercera vez en 140 años, la Bolsa de Comercio de Rosario volvió a lo excepcional: una elección con dos listas, campaña abierta y un final tan ajustado que expuso una fractura interna que ya nadie puede disimular. El triunfo de Pablo Bortolato por apenas 20 votos —306 contra 286 frente a Víctor “Fiti” Cabanellas— no sólo consagró al candidato oficialista, sino que dejó a una de las entidades más influyentes del interior productivo frente a un escenario completamente nuevo: una Bolsa fragmentada, con expectativas cruzadas y con una demanda urgente de conducción política y técnica.
La BCR, símbolo del entramado agroexportador santafesino y plataforma del principal flujo de divisas del país, llegó a esta elección en un contexto de recuperación institucional tras los años oscuros del caso Vicentin y del desgaste que dejaron las gestiones anteriores vinculadas al empresariado tradicional. Ese proceso de reconstrucción fue el capital político que el oficialismo supo utilizar. El voto a Bortolato fue, además de un aval personal, un respaldo al rumbo de “orden, apertura y modernización” que la institución intentó reconstruir desde la presidencia de Miguel Simioni.
Pero la foto del resultado —306 a 286, una diferencia de 3,5%— obliga a otra lectura más cruda: la Bolsa quedó dividida casi exactamente por la mitad, con dos visiones muy diferentes sobre cuál debe ser su rol en un país que atraviesa transformaciones profundas.
Una elección que tensionó estructuras históricas
En una entidad acostumbrada al consenso interno, la aparición de dos listas competitivas alteró dinámicas que permanecieron intactas durante décadas. La campaña ensanchó las diferencias, afloraron viejas disputas, se reactivaron rencores soterrados y, sobre todo, se puso en discusión la conducción política de la institución.
Por un lado, el oficialismo encabezado por Bortolato defendió la continuidad de un modelo que reconstruyó imagen pública, fortaleció vínculos institucionales con Nación y Provincia, y apostó a un perfil moderno basado en el mercado de capitales, la innovación y la reorganización edilicia y técnica de la BCR. La idea de que la Bolsa debe consolidarse como interlocutor confiable del sistema político fue un eje repetido en cada conversación.
Del otro lado, la lista de Víctor Cabanellas planteó un mensaje distinto: recuperar una Bolsa con mayor peso gremial, más beligerante y más decidida a liderar los debates estratégicos, especialmente en temas como la Hidrovía, los corredores bioceánicos y la defensa de la cadena agroindustrial. Desde ese espacio reclamaron que la actual conducción fue “demasiado contemplativa” y que la institución perdió lugar en temas estructurales para la región.
No fue casual que en la oposición se agruparan sectores productivos que piden un rol más agresivo frente al Estado nacional y más capacidad de lobby. La tensión entre “continuidad institucional” y “renovación combativa” fue el verdadero corazón de la elección.
El peso simbólico del voto
Más allá de los discursos, hay un punto central que no se puede pasar por alto: la Bolsa solo tuvo tres elecciones con dos listas en toda su vida institucional. La del jueves fue una de las más vibrantes —y tensas— de su historia reciente.
El resultado final no dejó ganadores absolutos:
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Bortolato ganó, pero lo hizo con una diferencia que lo obliga a gobernar desde el equilibrio.
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Cabanellas perdió, pero queda al frente de un espacio opositor con volumen político, representatividad real y capacidad para incomodar a la nueva conducción.
Este escenario inaugura una etapa nueva para la BCR: la era del voto ya no es excepcionalidad, sino un mecanismo que llegó para quedarse. Y eso cambia las reglas del juego.
Los desafíos que enfrenta la nueva presidencia
El nuevo presidente tendrá que administrar una agenda cargada. Y cada uno de esos frentes le exigirá construir mayorías internas que hoy no están garantizadas.
Entre los principales desafíos figuran: Sostener la unidad institucional, en un contexto donde casi la mitad de los socios votó por otra visión de gestión. Profundizar la modernización del edificio histórico, con laboratorios, espacios técnicos y áreas destinadas a startups y empresas innovadoras. Reforzar el mercado de capitales, una de las apuestas centrales del oficialismo para atraer inversión privada hacia infraestructura y proyectos productivos. Integrar mercados y reducir la fragmentación financiera, un reclamo histórico del sector bursátil. Recomponer la influencia política, clave para intervenir en debates nacionales como tributación, logística, Hidrovía, puertos y corredores bioceánicos. Mantener la estabilidad institucional lograda tras los años complejos que dejó en la memoria colectiva el escándalo Vicentin.
En este punto hay un mensaje que quedó resonando entre los socios: la Bolsa no puede volver a ser un actor irrelevante ni un apéndice decorativo del poder político. La región necesita una institución con voz fuerte, técnica y políticamente preparada.
Un resultado ajustado que es también un mensaje
La elección dejó una enseñanza evidente: cuando la Bolsa vota, la Bolsa habla. Y esta vez habló fuerte.
Habló de tensiones, de demandas de protagonismo, de la necesidad de modernización, de la exigencia de mayor volumen político, de la importancia de sostener una agenda técnica pero también estratégica.
Habló, sobre todo, de un cambio de época. El triunfo por 20 votos no es un cheque en blanco: es un contrato frágil que Bortolato deberá cuidar día a día.
La verdadera elección empieza ahora, no con los sobres ya contados, sino con la capacidad de construir una Bolsa más moderna, más influyente y más unida. En un país donde cada decisión económica depende del flujo exportador del agro, el peso político de la Bolsa de Comercio de Rosario seguirá siendo un factor determinante para Santa Fe y para la Argentina.
Y la conducción que acaba de nacer lo sabe: desde hoy, cada voto cuesta, cada gesto importa y cada movimiento será leído en clave política.



