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HOY:  domingo 23 de noviembre del 2025

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El fusible, el desgaste político y las lealtades de una gestión que debe cambiar urgente

La posible salida del ministro aparece como un gesto mínimo frente a un desgaste más profundo que involucra fallas de comunicación, conducción interna y un equipo íntimo que el gobernador no quiere mover. El fusible ya está marcado, pero el tablero sigue fallando.

En el interior del oficialismo santafesino crece un diagnóstico que ya no se expresa sólo en conversaciones reservadas, sino que empieza a tomar forma pública: José Goity, ministro de Educación, es el primer fusible que debería saltar en la gestión de Maximiliano Pullaro. La acumulación de errores políticos, el deterioro de su relación con los docentes y la desconexión entre el discurso oficial y la realidad escolar llevan a que diversos sectores del frente de gobierno consideren que su continuidad se volvió insostenible.

Goity llegó al cargo respaldado por su trayectoria universitaria como docente y exdecano de la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR, además de su histórica militancia en la Unión Cívica Radical y su pertenencia a la Franja Morada. Pero para muchos, ese fue su principal mérito: ser un dirigente de confianza del gobernador, un hombre de su círculo. Lo que no logró, en cambio, fue consolidarse como un ministro cercano a las aulas y consciente de la conflictividad docente. Por el contrario, fue percibido desde el inicio como un funcionario más preocupado por defender los lineamientos presupuestarios del Ejecutivo que por escuchar a educadores, directivos y comunidades escolares.

Ese distanciamiento se profundizó con las reiteradas mesas de negociación salarial, donde el ministro perdió credibilidad entre los gremios, no sólo por las propuestas económicas consideradas insuficientes, sino porque nunca terminó de construir un vínculo de confianza. La sensación predominante en las escuelas es que Goity no conoce el aula que dice gestionar.

A este desgaste estructural se le sumaron dos episodios recientes que aceleraron el pedido de recambio. El primero ocurrió en un congreso de deportes, donde Goity fue recibido con abucheos e insultos, y respondió increpando a los gritos a uno de los asistentes, en una escena que se viralizó y dejó expuesto un nivel de tensión impropio para un ministro. El segundo episodio terminó de encender la alarma: el Ministerio de Educación envió por error un correo masivo a más de 100 mil docentes notificando la vuelta del impuesto a las ganancias, cuando la medida impactaba en apenas 4.300 trabajadores del sector. La torpeza administrativa derivó en un escándalo político que desgastó aún más la relación con la base docente.

Ese fue el punto de quiebre. Socios de la coalición de gobierno comenzaron a plantear que la crisis con los gremios no es solo salarial sino política y de conducción. Y que, para descomprimir, el ministerio debe cambiar de manos. La idea se instaló con fuerza en bloques legislativos, intendentes propios e incluso funcionarios del gabinete que reconocen en privado que Goity se transformó en un problema para el gobierno.

En el círculo del gobernador nadie lo dirá públicamente aún, pero la lectura ya es compartida: Pullaro necesita un cambio para recomponer su relación con el sistema educativo y recuperar iniciativa política. La continuidad de Goity, en cambio, asegura la persistencia del conflicto, la pérdida de capital político y la prolongación del desgaste.

El fusible está señalado. Solo falta que el gobernador decida si apaga el incendio o deja que avance.

Un cambio insuficiente

Sin embargo, dentro del propio oficialismo se instaló otra lectura que supera ampliamente la figura del ministro de Educación. Para muchos dirigentes del frente, remover a Goity no alcanzaría, porque en realidad representa apenas la cara visible de un conjunto más amplio de errores políticos, comunicacionales y organizativos que explican el desgaste acelerado del gobierno de Pullaro.

La metáfora que circula es clara: Goity es el fusible, pero la falla está en el tablero.

Dirigentes legislativos, intendentes y socios internos remarcan que el gobierno no sólo falló en la gestión educativa, sino en la comunicación política, en la coordinación interna, en el vínculo con los medios y en la articulación con los socios del frente, áreas donde el deterioro es evidente. Señalan además que hubo un presupuesto exorbitante mal administrado, que no se tradujo en resultados ni en mejoras de la imagen gubernamental.

El problema —advierten— es que esos espacios clave están conducidos por personas del entorno íntimo del gobernador. La relación personal entre Pullaro y varios de quienes manejan comunicación, estrategia, gabinete y coordinación política se convirtió en una barrera para realizar los cambios que muchos consideran urgentes. Nadie lo expresa en voz alta, pero en privado lo plantean con crudeza: los funcionarios más cuestionados son también los más cercanos y protegidos del mandatario.

En esa lógica, la salida de Goity podría ser interpretada como un gesto mínimo, un movimiento táctico para calmar aguas sin alterar el núcleo del poder interno. Un “cambio para no cambiar”.

Parafraseando un viejo concepto futbolero que varios dirigentes usaron para describir la situación:
“Muchas veces los entrenadores prefieren morir con las botas puestas antes que cambiar”.

Y en la Casa Gris temen que esa sea la trampa política en la que está por caer el gobernador. Porque si la crisis es más profunda que un ministro, entonces un simple recambio no sólo no resolverá el problema: puede profundizarlo.

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