El violento ataque a tiros contra el Hospital de Emergencias Clemente Álvarez (HECA) volvió a poner a Rosario en el centro de la preocupación nacional y dejó en evidencia una sensación que crece entre los vecinos: la violencia no se fue, solo estaba agazapada. El episodio, ocurrido en pleno macrocentro y frente a un establecimiento público de salud, sacudió al Gobierno provincial y encendió las alarmas dentro del gabinete de seguridad que encabeza el ministro Pablo Cococcioni.
A diez días de las elecciones, el hecho impacta en un contexto donde el discurso oficial insiste en que “Rosario está bajo control”, pero la calle empieza a mostrar otra realidad. Las balaceras, los ataques planificados y el reacomodamiento de bandas criminales parecen desafiar los límites de la política represiva y exponen la tensión entre el relato del orden recuperado y una cotidianeidad que sigue marcada por el miedo.
Un ataque en el corazón del sistema de emergencias
El jueves por la tarde, dos personas en moto abrieron fuego contra el frente del Heca, ubicado en Pellegrini y Vera Mujica. Las balas impactaron en la fachada y provocaron pánico entre pacientes y personal, aunque sin dejar heridos. Según las primeras investigaciones, los agresores dejaron una nota intimidatoria antes de escapar hacia el sur por calle Crespo.
El episodio ocurrió apenas horas después de que Dylan Cantero, joven de 21 años vinculado a la banda de Los Monos, recibiera el alta médica tras haber sido baleado en la pierna durante un enfrentamiento en la zona sur. Para los investigadores, ese vínculo no es casual. “Es la hipótesis más fuerte”, reconoció Cococcioni, quien confirmó que la provincia ofrecerá una recompensa económica para identificar a los responsables.
“El mensaje fue claro: buscan demostrar poder. No lo vamos a permitir ni naturalizar”, afirmó el ministro, y agregó: “Vamos a poner todos los recursos del Estado para esclarecer el hecho. Esto no puede ser considerado un simple abuso de arma; disparar contra un hospital debe tener la pena de perpetua”.
Pullaro y Javkin buscan contener el impacto
El gobernador Maximiliano Pullaro intentó descomprimir la situación y sostuvo que el ataque “no está relacionado con ninguna banda criminal ni con el proceso electoral”. Sin embargo, la afirmación fue recibida con escepticismo dentro y fuera del oficialismo. Rosario, pese a la baja en los homicidios de los últimos meses, sigue siendo un territorio donde la violencia cambia de forma, pero no desaparece.
Por su parte, el intendente Pablo Javkin confirmó que las cámaras de videovigilancia municipales captaron el momento del ataque y prometió que los autores “van a ser encontrados”. También reconoció que el episodio está vinculado con el “reacomodamiento de bandas” que se disputa territorio en la ciudad. “Tenemos imágenes claras y un trabajo conjunto con la provincia. El Heca se normalizó con nuevas medidas de seguridad, pero esto muestra que no podemos relajarnos”, expresó.
En su intervención, Javkin apuntó además contra el Gobierno nacional: “Mientras el presidente Milei dice que el narcotráfico terminó en Rosario, nosotros seguimos viendo los efectos de un delito que muta, que se reorganiza y que golpea donde más duele”.
La violencia que no se va
El ataque al Heca se suma a una serie de episodios violentos registrados en las últimas semanas que reavivan la sensación de que la ciudad sigue siendo rehén de una estructura criminal en constante mutación. Balaceras, amenazas, extorsiones y enfrentamientos entre grupos vinculados a viejas y nuevas generaciones del narco reconfiguran un mapa urbano donde la violencia se vuelve imprevisible.
La conmoción por los disparos contra un hospital público —un símbolo de la atención a las víctimas de esa misma violencia— generó un fuerte impacto político y social. En los pasillos del poder provincial reconocen que el hecho rompe con el mensaje de “pacificación” que buscaban instalar y abre interrogantes sobre la eficacia de las medidas implementadas desde el inicio del Plan Bandera.
Mientras tanto, Rosario vuelve a su rutina bajo custodia. El Heca reabrió sus puertas con guardias reforzadas y un operativo de seguridad permanente. Pero la pregunta que flota en el aire es otra: ¿hasta cuándo podrá sostenerse la idea de una ciudad controlada, cuando el miedo vuelve a instalarse en el mismo lugar donde se salva la vida de quienes la violencia deja heridos?