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Rosario, otra vez bajo fuego: amenazas narco, balaceras y fin del relato oficial

Mensajes mafiosos frente a una escuela y un ataque armado a una denunciante de la policía rompieron con el relato oficial de tranquilidad. El miedo volvió a ser protagonista.

La ciudad vivió una nueva jornada marcada por el miedo y los mensajes mafiosos. Mientras el gobierno insiste con una imagen de control, las calles exhiben otra realidad: intimidaciones a plena luz del día, amenazas frente a escuelas y ataques a referentes sociales.

Rosario volvió a amanecer este miércoles con escenas que se repiten y que ya no sorprenden, pero sí estremecen. En plena madrugada, apareció colgada en el ingreso de la Escuela N° 1235 “Constancio C. Vigil”, en zona sur, una sábana blanca con un mensaje mafioso dirigido a dos nombres conocidos en el mapa criminal local: “Dilan Cantero, Andi Bracamonte, dejen de matar gente inocente”. La frase, pintada en rojo sobre la tela, fue interpretada por los investigadores como una advertencia pública dentro de las internas del hampa rosarina.

La escuela, ubicada en Ayacucho al 2700, activó su alarma a las 4.30 de la mañana. Una patrulla policial llegó minutos después, aunque, como suele suceder, los autores ya se habían retirado. La escena fue caratulada como un hecho de “intimidación pública”, una categoría que en Rosario se ha vuelto rutina, con mensajes que aparecen en fachadas escolares, autos o frentes de viviendas, muchas veces acompañados por ráfagas de disparos.

Horas más tarde, una segunda bandera con el mismo texto apareció sobre un vehículo estacionado en San Martín y Garay, consolidando la idea de una acción premeditada y coordinada.

Pero la jornada negra no terminó ahí. En barrio Tablada, la casa de Norma Acosta —una mujer conocida por denunciar el entramado entre narcotráfico y fuerzas de seguridad— fue baleada por la mañana. Los impactos de bala quedaron marcados en la fachada de su vivienda, ubicada en Pasaje Larguía al 3500. Según relató Acosta, el ataque ocurrió cuando abría la puerta: “Me tiré al piso y cerré. Me vinieron a matar. Mirá la altura de los tiros, fueron al pecho”, declaró ante la prensa.

Acosta, que forma parte de una organización de familiares de detenidos, ya había denunciado amenazas previas, entre ellas un cajón fúnebre dejado frente a su domicilio con un mensaje dirigido a su nieto. Pero también había apuntado más alto: en declaraciones recientes señaló directamente al “jefe del Comando y de la Policía” como partícipes del negocio narco en la zona. “Me van a tener que matar para que me calle la boca”, sentenció.

Todo esto ocurrió en menos de 24 horas. Dos amenazas públicas. Un ataque armado. Dos nombres pesados del crimen en el centro de la escena. Una denunciante de las fuerzas de seguridad baleada. Y un Estado provincial que, mientras tanto, insiste con el discurso del orden recuperado.

Desde el Gobierno de Maximiliano Pullaro se repite una y otra vez que “la calle está más tranquila” y que “la caja está en orden”. Pero lo que quedó expuesto este miércoles en Rosario es otra cosa: la violencia no está ni disimulada ni resuelta. Está viva, activa y en disputa. Y cuando aparece frente a una escuela o en la puerta de una casa, lo hace no sólo para amedrentar, sino también para decir: acá mandamos nosotros.

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